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Manuel ante el espejo

Está ante sí mismo, pero no se reconoce. ¿Qué le ha pasado a su reflejo? Los ojos perdieron el brillo, los labios la voluptuosidad y las mejillas la tez rosada. Decide cerrar los ojos y avanzar a ciegas hacia ese otro recuadro, también colgado en la pared, que nunca falla en reafirmar su belleza. Uno… dos… tres… cuenta los pasos con precaución y avanza lento o, mejor dicho, tan rápido como la oscuridad autoimpuesta y la enfermedad y la vejez indeseadas se lo permiten. Nueve... diez… once… doce… abre los ojos. Baja el mentón y está nuevamente ante sí mismo. Ahora sí es una imagen que reconoce, que reclama ser. “Yo”, dice en la esquina inferior derecha, él escribió esas dos letras.


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La Y invertida -tanto como él según los machotes de la pintura con los que debió tratar- y en óleo rojizo, el mismo tono para su firma y el año, 1924. Tenía entonces 33 años y lo habían crucificado, acusado de ser el causante de un suicidio. Aun así, su reflejo, es decir, su autorretrato, lo tranquiliza. Se inmortalizó, capturado para la posteridad, con los ojos rojizos y enfundado en un abrigo negro de improbables solapas que parecen enmarcarlo antes de engullirlo, embellecido por la tristeza. Está solo en un indeterminado lugar de la ciudad, ¿la Ciudad de México?, cubierta por un cielo encapotado, pero aun así su rostro bello deslumbra. La boca rojísima, a juego con los ojos y las mejillas, reclaman su atención, ver esos labios carnosos lo reconforta, pero también lo entristece, hace mucho que no besa. Basta. Decide dejar de ver y avanza lentamente hacia atrás con las manos sobre el rostro ajado… el cielo encapotado está a punto de salir del lienzo para romper en sus ojos el chubasco.

 

***

 

Manuel Rodríguez Lozano, nacido en la Ciudad de México el 4 de diciembre de 1891,[1] es una figura polémica y problemática del siglo XX nacional. Pintor inesperado, crítico consumado y funcionario público de un régimen que nunca lo convenció del todo, su biografía, obra y posturas políticas y sociales están marcadas por claroscuros que lo han situado en los márgenes de esta suerte de santoral artístico-cultural aceptado y oficializado, del periodo modernista en el país. Hay, sin embargo, otros nombres tan problemáticos como el suyo y aun así ocupan un lugar central en esa lista, ¿qué pasó? ¿Qué se conjuntó para que Rodríguez Lozano haya sido calificado como “el ángel del mal, el emisario de la muerte”[2] por Tomás Zurián y como “auténtico Beltenebros[3] capaz de convertir en sufrimiento y muerte las vidas que cruzaron por su camino”,[4] por José Emilio Pacheco? ¿Por qué esta necedad/necesidad de convertirlo en el gran villano de las historias de Nahui Olin, Antonieta Rivas Mercado y Abraham Ángel?


Autorretrato (1924), Manuel Rodríguez Lozano (detalle).
Autorretrato (1924), Manuel Rodríguez Lozano (detalle).

                  Cierto es que no tuvo un carácter fácil y que a cuenta suya inició un rumor que aún ahora circula como posibilidad, el de que fue su esposa Carmen Mondragón,[5] antes de transfigurarse en Nahui Olin, quien mató a su hijo recién nacido. La falsedad de esto ya fue revelada[6] y a pesar de que durante la vida de ambos la malediciencia dio alas al supuesto filicidio, esto no parece haber afectado el camino de Nahui como ilustradora, pintora, poeta y modelo. La mirada masculina la deseó mientras duró su belleza y la desechó cuando esta se perdió, sin embargo es a Rodríguez Lozano a quien se achaca la larga decadencia de su exesposa y los infortunios de su vejez. También se ha sumado a su cuenta el suicidio de Antonieta Rivas Mercado en París. Se insiste, de nuevo, en que la escritora, editora, mecenas y fundadora de instituciones, fue una víctima del pintor porque este no correspondió a su amor, hecho para el que se toman como prueba irrefutable las cartas que ella le envió. Sin embargo, para el momento del suicidio, febrero de 1931, Antonieta estaba en una relación con José Vasconcelos. Ni uno ni otro podrían ser señalados como el causante del hecho puesto que el suicidio es una decisión personal y no se puede salvar a quien genuinamente ha tomado tal determinación. Antonieta eligió el día, el lugar y el modo de su muerte, algo que puede decirse de pocas personas. Una agencia -macabra, sí, pero agencia a final de cuentas- de la que es despojada si se le ve como víctima del desamor de Rodríguez Lozano o de la frialdad de Vasconcelos. La misma Fabienne Bradu, autora de una biografía novelada de Antonieta Rivas Mercado y una de las principales acusadoras del pintor,[7] dice: “No hubo mayores variantes en la puesta en escena que Antonieta había concebido para sus últimas horas”.[8] Es decir, la decisión fue suya y ni las súplicas de Arturo Pani,[9] momentos antes del suicidio, pudieron modificar la puesta en escena preparada.

                  Siete años antes Rodríguez Lozano se había visto involucrado en otra escenificación cuyo final fue similar. También de esa -quizá con mayor razón- lo señalaron como director: el suicidio del joven pintor Abraham Ángel. De apenas 19 años, este último murió en condiciones poco claras y con el paso de los años quedaría asentada la versión más aceptada por tener esta respaldo documental, Abraham Ángel, su discípulo y amante, se suicidó en octubre de 1924. Olivier Debroise -otra de las voces que abonó a la leyenda negra de Rodríguez Lozano- dio espacio a la poca claridad en torno a la muerte de Ángel:

 

Tanto la versión de Raúl Fournier, médico recién graduado y amigo de los dos pintores, quien señaló la presión de Rodríguez Lozano para que emitiera un certificado de defunción con una falla cardiaca congénita como causa…

Como en la que Aurelia, el ama de llaves, descubrió el cadáver del jovencísimo artista y corrió a avisar a su patrón, Rodríguez Lozano, quien regresó a toda prisa de la Secretaría de Educación, su entonces lugar de trabajo, para verificar qué había pasado.

 

                  Un hallazgo de Luis Mario Schneider señala otra acta de defunción que indica una congestión visceral generalizada de origen tóxico como motivo de la muerte.[10] La rapidez en la obtención del documento y el hecho de que no aparece en éste como declarante o testigo del fallecimiento de su discípulo y pareja, fue señalada por Schneider como evidencia de “la infamia y cobardía de Manuel Rodríguez Lozano”.[11] Debroise retomó el testimonio de Raúl Fournier -a quien el pintor retrató en 1947-, “no volví a ver a Manuel Rodríguez Lozano hasta varios años después, en la morgue de París, frente al cadáver de Antonieta Rivas Mercado”.[12] La frase es contundente y malintencionada puesto que sugiere al artista como responsable de ambos suicidios. De acuerdo con la misma Bradu es imposible que Fournier y Rodríguez Lozano se hayan encontrado en la morgue en París. Al doctor no lo menciona entre los presentes e involucrados tanto en la tramitología posterior como en la comitiva del entierro -con Pani y Vasconcelos como principales testigos del escándalo luego del suicidio en Notre Dame- y del pintor refiere que estaba en tránsito hacia París, ciudad a la que llegó varios días después de la inhumación de Antonieta. Sin embargo Fournier se planteó como el puente entre las dos tragedias para señalar a Rodríguez Lozano como culpable de ambas, una narrativa a la que Debroise decidió dar espacio.

                  Así, con un matrimonio fallido y la supuesta culpabilidad de dos suicidios a cuestas, Rodríguez Lozano navegó durante el siglo XX entre cargos como funcionario de gobierno -tanto en la Secretaría de Educación Pública como en la Universidad Nacional Autónoma de México, por mencionar algunos- y bajo el mecenazgo del amante del arte y coleccionista Francisco Sergio Iturbe. Pintó retratos de habitantes anónimos de la Ciudad de México, realizó una serie sobre la muerte de Santa Ana, exploró la pintura metafísica con lienzos de gran formato para dar cabida a enormes desnudos masculinos y femeninos y, en su última etapa creativa, fijó la clave de la mexicanidad en la resiliencia de las mujeres. De su vida privada, sin embargo, poco o nada se sabe. Se habla, tras el suicidio de Abraham Ángel, de una relación con Ángel Torres Jaramillo, apodado “Tebo”, quien de acuerdo con Beatriz Zamorano Navarro era drogadicto y cleptómano.[13] La autora sumó el suyo al conjunto de dedos flamígeros que señalan la monstruosidad narcisista del pintor quien fungió como figura paterna para Abraham y Tebo, “además del maestro y el amante. El pintor desempeñó tan perversamente esos papeles que a uno lo orilló a la muerte y al otro lo hundió irremediablemente en el vicio y la perdición”.[14] Nuevamente una frase contundente y malintencionada puesto que, además de un aventurado análisis freudiano de las obras, no hay pruebas documentales de tal perversidad y manipulación.

                  Y aunque la obra en sí misma poco puede decir de estados mentales, taras y perversiones, sí puede revelar gustos y aficiones, en este caso respecto del tipo físico masculino que Rodríguez Lozano buscaba o que al menos consideraba como bello. Juventud, labios gruesos y piel morena son constantes en una serie de retratos anónimos que ejecutó durante toda su carrera y que tituló simplemente como El mexicano, el primero está fechado en 1928 y el último en 1956. A falta de ejercicios memoriosos como el realizado por Salvador Novo en La estatua de sal, los sujetos retratados por Rodríguez Lozano podrían ser el testimonio del tipo de jóvenes con quienes se relacionó, en más de un sentido, durante toda su vida. ¿A cuántos mexicanos habrá conocido durante su estancia en la cárcel de Lecumberri entre octubre de 1941 y marzo de 1942?[15] Hayan sido en la crujía J o no, los ecos de esos encuentros son ya irrecuperables.

 

***

 

El otrora bello pintor mantiene el equilibrio a duras penas. El chubasco de sus ojos ya pasó pero no así la tristeza de haberse contemplado como ya no es, como ya nunca será. Ahora es solo “don Manuel, el viejito que pintaba”, como escuchó que unos vecinos se refirieron a él. ¿Cómo se atreven? Les quiso decir pero, ¿qué caso tiene ya? Sabe que está cerca del final, tiene 80 años y así como a Abraham Ángel, la realidad brutal está a punto de destruirlo.


Detalle del autorretrato realizado por Rodríguez Lozano en 1924.
Detalle del autorretrato realizado por Rodríguez Lozano en 1924.


[1]El año de nacimiento de Rodríguez Lozano varía según la fuente que se consulte, pero en 2019 pudo fijarse en 1891 con base en un hallazgo documental sobe el que escribió la periodista y escritora Adriana Malvido: Adriana Malvido. “El hijo de Nahui Olin, nacimiento y muerte”. Confabulario, diciembre 2019, https://confabulario.eluniversal.com.mx/nahui-olin-hijo-manuel-rodriguez-lozano.

[2]Judith Amador Tello y Armando Ponce. “Nahui Olin, una mujer sobrenatural: Tomás Zurián”.

[3]No queda claro si se refiere a la novela de Antonio Muñoz Molina o al nombre tomado por Amadís de Gaula en algún punto de su historia ¾hecho que luego se refiere en El Quijote de la Mancha¾, pero al llamarlo así remite al cruce entre belleza, oscuridad y traición.

[4]José Emilio Pacheco. “Nahui Olin, desdicha y esplendor”. Proceso, marzo 2012. https://www.proceso.com.mx/reportajes/2012/3/19/nahui-olin-desdicha-esplendor-100220.html.

[5]Se casaron en 1913 y lograron la anulación matrimonial en 1921.

[6]Por Malvido en el texto ya citado (“El hijo de Nahui Olin, nacimiento y muerte”. Confabulario, diciembre 2019).

[7]A quien considera un trepador social que utilizó a la mecenas para obtener beneficios económicos sin darle nada a cambio.

[8]Fabienne Bradu. Antonieta (1900-1931). México: Fondo de Cultura Económica, 2010. Libro electrónico.

[9]Que la misma Bradu incluye en su narración.

[10]El documento se puede revisar en la página de Internet familysearch.org.

[11]Luis Mario Schneider. Abraham Ángel. Un pintor mexicano de principios del siglo 20. México: Gobierno del Estado de México, 1995, p. 24.

[12]Olivier Debroise. Figuras en el trópico. Plástica mexicana 1920-1940. Barcelona: Oceano, 1984, p. 79.

[13]Beatriz Zamorano Navarro. Manuel Rodríguez Lozano o la revelación ideal de Narciso. México: Punto de fuga, 2002, p. 32.

[14]Beatriz Zamorano Navarro… p. 40.

[15]Estuvo preso bajo la acusación de peculado por el robo de cuatro grabados del acervo de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, de la que era entonces director.

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