Jesús Reyes Ferreira merece más, mucho más. No basta con reconocerlo como artista además de anticuario y decorador. Por supuesto, se agradece y valora tal reivindicación, sin embargo, hace falta la más largamente negada: la de su sexualidad.
El pasado lunes 5 de agosto se cumplieron 47 años de su muerte (sucedida en 1977 a los 96 años de edad) y se sigue hablando a medias sobre él. Así, el nombrado como gran exponente del color en cuya obra se conjunta el arte popular con el regional, el ojo nacido para detectar la belleza, prefigurar la arquitectura —por su relación con Luis Barragán— y acercarse al arte académico —por su amistad con Roberto Montenegro y su vínculo formativo con el jovencísimo Juan Soriano—, se desdibuja y queda atrapado tanto entre sus vigorosos trazos como entre eufemismos que llevan la atención únicamente a su hacer y dejan fuera un aspecto que resulta fundamental puesto que, considero, lo llevó a pintar así.
Las noticias de la persecución que vivió en Guadalajara, su ciudad natal, parecen meras notas complementarias de una existencia que debía padecer tales situaciones como un justo pago por el reto que su sola existencia sexoafectiva hacía a su entorno. Y ante el fuerte resurgimiento de las retóricas derechistas que cuestionan e invalidan cualquier forma de vida que se sale de la norma (la suya, obviamente; la muy limitada norma suya), es preocupante seguir optando por el silencio de una vida casi centenaria y poco menos de cinco décadas en eternidad.
Dejemos atrás los “se dice”, “se rumora”… superemos la desconfianza que se le tiene a los testimonios de quienes lo conocieron y que son los únicos que lo dicen con todas sus letras: para salvarse de la homofobia Reyes Ferreira debió salir de su ciudad. Así como también la dejaron Barragán, Montenegro y Soriano, y tantos otros disidentes tapatíos cuyos apellidos se perdieron en el tiempo mientras ellos se fundían en el anonimato de una gran ciudad que, finalmente, les permitía ser y hacer. Pero el anonimato no era opción para los apellidos mencionados.
El nombre de Jesús Reyes Ferreira aparecía constantemente en los periódicos de Guadalajara ya fuera para referir su trabajo como escenógrafo, decorador o preparador de espectáculos o bien para reportar los fastuosos regalos que ofrendaba a recién casados en enlaces de familias que presumían rancios abolengos. Sin embargo, ese récord no fue suficiente para detener el escarnio que surgiría de esa ocasión en que en 1938 el diario Las Noticias publicó lo siguiente: “Se halla preso el pintor R. Ferreira. Una dama, escandalizada, denunció las sesiones artístico-literarias que celebraba como sospechosas saturnales”.
Al igual que le pasó a Cotita de la Encarnación tres siglos atrás, fue una vecina chismosa la que dio al traste con los espacios reclamados por la diferencia: la albarrada de San Lázaro para Cotita y su casa (sí, su domicilio particular, a puerta cerrada) en el caso de Reyes Ferreira. Con la excusa de las “faltas a la moral” se hizo un cateo y tanto pintor como sus acompañantes terminaron detenidos y fueron luego multados porque a la escandalizada dama y sus prejuicios (soportados por el rechazo social a la homosexualidad) le parecieron sospechosas esas reuniones privadas. Al año siguiente nuevamente apareció Reyes Ferreira en el periódico, se anunciaba su cambio de residencia a la Ciudad de México.
Ahora el pintor-anticuario está de nuevo en su ciudad natal. Su obra ocupa varias salas en el Instituto Cultural Cabañas en una exposición titulada Jesús “Chucho” Reyes Ferreira. Lo popular del color que se inauguró en mayo pasado y estará disponible hasta el 20 de octubre próximo. La muestra —una ampliación de la titulada Chucho Reyes. La fiesta del color, realizada en 2018 en el Museo del Palacio de Bellas Artes— contiene cinco secciones temáticas: Retratos de un pintor; El color en el arte popular; El color en la animalia; El color de lo espiritual y El color de la calavera.
El visitante es recibido por una dupla jalisciense de muy alto nivel: Jesús Reyes Ferreira y Roberto Montenegro. El primero, retratado por el segundo en 1926, de 46 años de edad y con unas manos alargadas a juego con las cejas de natural arco desdeñoso coronando una mirada oblicua que escruta a la vez que invita a pasar a ese espacio del que es dueño indiscutible, espacio libre de cateos y redadas. Sobre la mesa que preside se encuentra una esfera de cristal en la que aparece un difuso autorretrato de Montenegro, acompañando por siempre al amigo y cómplice.
Aparecen después cuatro piezas de Reyes Ferreira, un gouache sobre cartulina y anilinas sobre papel de china. En la primera se lee: “Va a empezar la función”. Frase que podría parecer simple, casi intrascendente por lo cotidiana que sería para un aficionado al circo, como lo fue el artista, sin embargo puede leerse también con un dejo de tristeza pues si únicamente se puede existir realmente, por completo, de puertas adentro entonces salir al mundo pretendiendo u ocultando es montar una función todos los días. Salir a la calle es levantar el telón de un agotador espectáculo que, por más festivo y colorido que sea, nunca sale bien del todo.
Pero todo sea por esa función anunciada, que vengan los colores, los payasos, los arlequines, los gallos cacareando el engaño y las cestas colmadas de flores que se pintaron con expresiva e imprecisa precisión. Que vengan también las muñecas de sonrosada tez y los bodegones que se derraman como cuernos de la abundancia, las sandías que muestran su bermeja entraña y los caballos desbocados que cabalgan hacia un destino que anuncia perdición.
Que continúe el recorrido con los Cristos aprisionados en el papel y las vírgenes con una daga en el corazón, dolor compartido con quien las pintó de tal manera, atravesado también por puñales metálicos y cuchillos de carne y de sangre.
Vengan después las calaveras floridas y los cráneos que se asoman por la ventana, se anuncia ya el final de la función pero incluso el hueso más seco y más frágil retiene aún parte de la esencia de quien perteneció, parte de la alegría que, pese a todo, marcó la existencia del anfitrión de la fiesta del color.
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