¿Qué es lo feo? ¿Lo que causa desagrado? ¿Lo que rompe la armonía? ¿Todo lo que niega al canon? ¿Los escultores griegos o el hombre de Vitruvio definen aún la pauta de la belleza? Si es así más valdría salir a la calle con los ojos cerrados —pese al peligro que esto implicaría— para evitarnos el horror de atestiguar decenas, o quizás cientos, de excepciones a esta regla, personas que, pobrecillas, no cumplen (no cumplimos) con las muy específicas proporciones canónicas y que por no ser agradables de ver, es decir, bellas, tampoco podrían ser buenas.
¿Pero acaso lo feo se tasa únicamente en lo físico? Quizá conjurar la inherente relación entre lo bello y lo bueno nos lleva necesariamente a una dimensión distinta que, al ser no atestiguable a primera vista, obliga a indagar en el espíritu. Pero, ¿cómo hacer para calificar y clasificar a este último? ¿Cuáles son las medidas y proporciones de un espíritu bello/bueno con relación a su vehículo corpóreo? ¿Qué sucedería si se encuentran o definen tales referencias pero hay una discrepancia entre espíritu y cuerpo? Tal vez el primero no sea bueno pero el segundo sea bello, ¿qué se le permitiría a tal entidad? O, peor aún, ¿qué hacer con un físico “feo” que tiene un espíritu bueno? ¿Cómo serían percibidos, cómo serían tratados tales retos a una dualidad —bello/bueno— que se supondría irrenunciable?
Puestos a pensar y quizá vencidos por la presión social terminaríamos por decir simple y llanamente que lo feo, la fealdad, es lo que no nos gusta. Pero, ¿cómo estar seguros de que nuestro gusto es tan ampliamente compartido como para que sea no solo medida propia sino colectiva? Al final lo percibido como feo es cultural y de esa cultura, aprendida por socialización, es que abrevamos y formamos un gusto sobre el que muy pocas veces reflexionamos.
En su libro Fealdad. Una historia cultural (Turner Noema) Gretchen E. Henderson dice:
Buena parte de lo que se ha “temido” culturalmente ha ido cambiando a lo largo del tiempo y el espacio. Lo “feo” se ancla en el mundo físico, pero no deja de ser un concepto —ambiguo, adaptable y anamórfico— que modifica cualquier cosa a la que califique: arte feo, tiempo feo, comportamiento feo o chica fea.
Lo feo es, pues, cultural y no se refiere únicamente a lo corporal. Hay música fea, arquitectura fea, tonos de voz desagradables, colores impensables de usar, formas de vivir consideradas como una afrenta a “lo normal” y, por lo tanto, feas. Es a esto último que el artista sudanés, Ahmed Umar, hace referencia en uno de los núcleos de su exposición titulada La verdad no es un escándalo, que se puede visitar hasta el 18 de mayo próximo en el Museo Universitario del Chopo.
Inaugurada el 1 de febrero, La verdad no es un escándalo se integra por tres proyectos realizados recientemente —entre 2018 y 2024— y en los que al indagar y subvertir el binarismo genérico el artista desvela cómo la cultura de su país percibe a quienes se salen de la sexualidad considerada como canónica: la heterosexualidad.
En El Tercero, Umar realiza una danza nupcial femenina, acción mediante la que expande y difumina las barreras culturales entre lo permitido y posible para unas y otros. En La Verdad no es un Escándalo (núcleo que da título a la exposición) presenta canciones sudanesas sobre las que durante décadas se rumoró un doble discurso: letras de amor, sí, pero amor entre iguales. Es decir, codificaciones de vínculos sexoafectivos entre personas del mismo sexo.

Llevando la Cara de la Fealdad es el núcleo expositivo en el que me quiero centrar. Se trata de una serie de retratos en los que Umar se interpone entre la lente y quien estaba ante la cámara para ser él quien porte la cara de la fealdad. El título se tomó, de acuerdo con el texto curatorial, “de un dicho sudanés usado para describir a alguien que enfrenta un problema y asume la culpa por ello”. En este caso lo que se asume es una identidad que culturalmente se percibe y señala como problemática y justo por ello, por la posibilidad de ocasionar problemas mayores como acoso sistemático y sistémico y violencia física, es el artista quien presta su cara a lxs retratadxs para ser él quien asuma la pretendida culpa.
Ahmed Umar es uno de los pocos artistas sudaneses abiertamente homosexual por lo que su cara, para muchos en su país natal, es la cara de la fealdad y la vergüenza. Al ser él quien enfrenta finalmente a la lente de la cámara y se fusiona con quien iba a ser retratadx, genera una identidad híbrida en la que, aunque se mantienen las individualidades integradas, hay un punto irrenunciable de comunión que reafirma la fusión: el señalamiento de fealdad, la supuesta fealdad de ser homosexual o bisexual o lesbiana o trans o queer o intersexual o no binarie, en un país que está determinado a no dar paz ni tregua a quienes se salieron del canon heterosexual.

Los retratos, acotados y expandidos a la vez, proclaman la fealdad, sí, pero no la de Umar y mucho menos la de aquellxs a quienes protege al colocarse frente a ellxs y la cámara, sino la fealdad de quienes señalan que su idea y percepción de belleza es la única belleza y que su canon (la heterosexualidad) debe ser el único válido porque supuestamente es el que “naturalmente” abarca a todos.
En su Historia de la fealdad (Lumen) Umberto Eco dice:
A medida que Satanás desdramatiza sus rasgos, crece en cambio la demonización del enemigo, al que se asignan características satánicas. Ese enemigo (que pasa a ocupar el puesto de Satanás) siempre ha existido, aunque nos ocuparemos de él sobre todo en el mundo moderno. Desde la Antigüedad, el enemigo siempre ha sido ante todo el otro, el extranjero. Sus rasgos no se corresponden con nuestros criterios de belleza y si tiene hábitos alimentarios diferentes nos molesta su olor.
Los retratos en que Umar le planta cara a la fealdad señalada por otros son evidencia de que los enemigos también son construcciones culturales y que muchas veces no hace falta haber nacido en otro lugar para que esos con quienes compartes tiempo y espacio decidan extranjerizarte porque no compartes su forma de vida o su sexualidad. La fealdad mayor en este caso, como en todos los similares que se dan ahora en el mundo, es pretender tomar de la naturaleza o la biología —ambas en increíbles reducciones a modo— “argumentos” para el odio y el rechazo.
En la parte posterior de cada retrato se puede leer el testimonio de quienxs, protegidos por el rostro de Umar, expresan el dolor de una cotidianidad marcada por una cara de fealdad llevada con discreción, pero también sus anhelos y esperanzas para cuando nadie lxs señale y lxs persiga.

Más información sobre la exposición en: https://www.chopo.unam.mx/01ESPECIAL/artesvisuales/la-verdad-no-es-un-escandalo.html
Commentaires