Amar la marcha
- Ignacio Torres
- 30 jun
- 4 Min. de lectura
Hace dos días se realizó la edición 47 de la Marcha del Orgullo LGBTIQ+ 2025 de la Ciudad de México y, como cada año, posturas y pronunciamientos fueron y vinieron. Se habló de que desde hace años se encuentra cooptada por un grupo de cuasifamoses (Cof! Cof! Ángelo Diep) que no solo la mercantiliza sino que se burla de ella al incluir a nefastas figuras como Alfredo Adame y Sandra Cuevas; se habló también de otro de los grandes lastres que tiene no solo esta sino todas las marchas: el pinkwashing. Antros, marcas e instituciones cuelgan un par de banderas (el gesto se agradece) y pagan (¡¿otra vez Ángelo?!) para tener presencia con un camión o automotor de algún tamaño, y con ello recordarnos que son aliados aunque transaccionales.
Definitivamente yo agradezco que se coloquen las banderas y que cambien sus logotipos durante junio, sin embargo también hace falta trabajo para que esas acciones no se conviertan en mera acción banal y respuesta contingente por el mero temor a no desentonar. Se requiere de un trabajo mayor para que los colores de la bandera no alboroten a la horda de odiantes que no necesitan mas que verla para acusarla —como metonimia de toda la comunidad no heterosexual, no cisgénero y no binarie— como la causante de todos los males. Por ejemplo, en todas las publicaciones que hizo la UNAM al respecto había al menos una veintena de comentarios en los que se decía que por priorizar ese “tipo de estupideces” se había perdido la calidad académica y, en consecuencia, la UNAM había salido del ranking de las mejores universidades. Y no es que con iluminar edificios y poner banderas la UNAM ya no tenga enormes deudas con las poblaciones trans, no binaries y no heterosexuales, sin embargo, al hacerlo evidenció la necesidad de seguir hablando del orgullo, de proclamarlo, de defenderlo con fiesta pero también con rabia y dispuestos a pelear (no solo en sentido figurado) para no ceder terreno (aún más) ni perder lo que tantos años tomó conquistar. Lo anterior también puso en evidencia que universidades, museos y toda institución gubernamental tiene una gran área de oportunidad: hacer que el abrazo a la diversidad no solo sea mediante seis colores un mes al año sino un hacer constante para, poco a poco y con suerte, hacer entender a los negados (y negadas) que el orgullo no es una proclama de los usos genitales sino una respuesta al constante rechazo —familiar y social— por el simple hecho de no ser heterosexual o cisgénero o binario.


Hay muchas deudas, hay muchos caminos por explorar y otros por retomar, se necesita que de verdad nos replanteemos la marcha y en la marcha—la de la Ciudad de México y la de cualquier otra ciudad— para que de verdad vuelva a politizarse (no hablo de partidos sino de exigencia organizada, de incidencia pública) y realmente sea de nuevo una protesta que incomode y mediante ello exija un respeto que no tenemos que ver si nos ganamos puesto que ya lo tenemos: el respeto a nuestra dignidad humana. Ese no está para negociarse ni para que se reconozca a contentillo.
El sábado pasado salimos a la calle en chiquishorts (o con menos ropa) y, en lo general, no tuvimos mayor problema. Ese avance se debe en buena medida a la resiliencia y valentía de personalidades como Juan Jacobo Hernández —por mencionar solo a una— quien, en el caso de la capital del país, inició la movilización pública y organizada que hoy conocemos como la tan disputada marcha del orgullo. Salir a la calle año con año intencionalmente, políticamente, para contestar y exigir, para mostrarse y con ello mostrar el odio y rechazo persistentes, alcanzó este año casi el medio siglo. Un lapso en el que son inevitables las derivas y que justamente por ello debería hacer urgente el replanteamiento ya mencionado.
Un par de días antes de esta última marcha —que según algunas fuentes contó con 800 mil asistentes— el pintor Erik Rivera “El Niño Terrible”, inauguró en el Centro Cultural Casa Talavera (Talavera 20 esq. República del Salvador, Centro Histórico de la CDMX) su exposición titulada AmaMarcha, en la que mediante el colorido que caracteriza a su obra, retoma tanto su propia relación con la marcha cuando ganó el concurso para diseñar el cartel oficial, como la relación de muches, muchas y muchos otros al presentar a diferentes personajes que representan a la diversidad que caracteriza a la cita anual para proclamar nuestro orgullo.
De la obra de Erik Rivera he hablado antes, retomo algunas palabras al respecto:
“En esta comparsa lujosa, que brilla y se distingue por su colorido así como por la amplitud, curiosidad y candidez de las miradas que la integran, también están presentes osos y chakales que oscilan entre el cuero y el estar en cueros, mientras observan a su espectador y lo confrontan con el deslumbramiento casi infantil que se experimenta al observarse como parte de una tradición. Los acompañan drag queens, bailarines, santos saeteados y una lady que vende comida y se eleva al cielo en su bicicleta para proclamar la buena nueva de una tradición renovada, de iconos reconocibles, de referentes propios, de un santoral diverso que ofrece guía, ejemplo y refugio ante los embates que provienen de una ultraderecha que busca resurgir gritando y pataleando ante las manifestaciones públicas de los descreídos y escépticos que han decidido cuestionar lo incuestionable”.

Cuestionemos todo: a la religión, a la marcha, a sus comités, a nosotros en ella y los usos que le hemos dado y queremos darle de ahora en adelante. Cuestionemos las banderas que solo son vigentes treinta días al año y cuestionemos los once meses de silencio sobre nuestra existencia. Pero sobre todo cuestionemos qué consumimos y a quiénes mantenemos con ese consumo, no olvidemos nunca que nuestra comodidad y divertimento nunca deberían costarle la tranquilidad y la vida a nuestras hermanas, hermanos y hermanes trans. Marchemos por elles, marchemos, renovados nosotros y la marcha, por todes.

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