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La vida de un arte en extinción renace cada noche en La nostalgia

Una reina de Inglaterra con inmensa cabellera roja sembrada de perlas, platica con un hombre que porta como ella, gola y calzado rojo, incluidos blusón y pantalón amplio en tonos claros. La combinación de sus prendas renacentistas e hindús y el rostro de ambos maquillado de blanco, contrastan con su lenguaje actual y su actitud desenfadada. A punto de iniciar su función sobre un humilde escenario de madera, ambos actores reciben la peor noticia antes de la tercera llamada: “la sala está vacía”.


Laura Almela y Mauricio Pimentel interpretan a los dos personajes del elenco, que representarían la función cancelada: una experimentada artista de las tablas y un actor menospreciado por ella como histrión, aunque querido luego de ser su ayudante, que obtuvo su ascenso artístico para acompañarla en el escenario.



Las distintas teorías sobre la falta de público en el teatro, anuncian el momento helado en que todo se detiene. ¿Para qué entonces tanto ensayo, preparación y expectativa? Es más, ¿se trata de una profesión caduca? ¿Tienen sentido empeñarse en un arte que nadie va a ver y quizá se encuentre en extinción?


Historias personales, reproches, bromas, cuestionamientos sobre la vanidad, lo que implica ser un actor de verdad, más allá de los trucos para llorar, de las técnicas actorales, del privilegio que significa estar de pie sobre un escenario, así como la necesidad de mirar, de ser mirado, de sentirse una persona querida, se desatan en un diálogo franco, irónico y con humor, como latigazos que provocan risa nerviosa en el aire, mientras aciertan a dar el golpe.


David Olguín escribe y dirige La nostalgia, obra que le da la libertad de jugar con la creciente incertidumbre en la que viven quienes se dedican al teatro, de hablar de la precariedad, la falta de servicios, apoyos y de divertirse con el cuestionamiento respecto a quiénes son actores de verdad -cierto él de que dirige a dos de ellos- además de convocar a los fantasmas que habitan los escenarios.


A casi nueve años de distancia de su memorable montaje titulado La belleza, Olguín reúne de nueva cuenta a Laura Almela y Mauricio Pimentel en La nostalgia que  ambos actores destilan desde el pequeño escenario de madera levantado sobre el piso del Teatro El Milagro, donde la añoranza por lo irrecuperable que comparten actriz y actor con sus personajes y consigo, se extiende hacia los espectadores.




El humor y las verdades punzantes sobre el arte de actuar, incluidas manías portadoras de paz y certezas, ya sea enroscadas en una canción, o en la constante búsqueda de respuestas en Google, enriquecen y hacen cercana esta obra que profundiza en lo vapuleada que está la profesión actualmente.


Pero el milagro de la representación se abre paso y Almela y Pimentel construyen una ficción a la que se entregan, de la que brotan fragmentos de obras que los personajes-actores de ese reducido teatro, conocen a fondo. Y a partir de ese lenguaje escénico que han hecho suyo, ambos, en su papel de actriz y actor, dejan libre lo que han representado en ocasiones previas y escenifican, prólogos, cuentos, loas y un fragmento de “La lozana andaluza”, novela de la picaresca de Francisco Delicado, sobre la corrompida Roma del siglo XVI.


 Así, estos actores que representan actores, acuden a su memoria actoral creativa, a lo que su presente les grita y a ese sembradío de dudas que se agiganta con la experiencia y sin embargo hace florecer el arte de la representación que han pulido como una joya.

La manipulación de un objeto sexual durante la escenificación de un antiguo texto en torno a una joven amenazada con el infierno por un religioso, y el modo de amar a Dios, enmarcada por los límites de un teatrino, genera imágenes grotescas que descarnan los versos y el fondo atroz de lo que pueden enmascarar las palabras.   


Actriz y actor envuelven a una audiencia perpleja y divertida, inserta en la convención de no estar, mientras ambos dejan fluir su naturaleza, que han hecho crecer a golpe de estrenos, esta vez sobre un escenario que se muestra limpio de barniz y pintura. Gabriel Pascal, autor del diseño de escenografía e iluminación, reduce el campo de acción como si lo desnudara, al ubicarlo al centro del escenario del Teatro El Milagro, donde se aprecia la dimensión más pequeña del tablado, suficiente sin embargo para la escenificación “espontánea”, espacio donde se agigantan las acciones ante una línea de breves candilejas en proscenio, inmóviles frente a un teatrino que se abre cual trampa vertical: pequeño marco que agiganta, bajo una intensa luz, títeres y actores.



En el teatro, El Milagro, inaugurado en abril de 2008, que vimos construir por etapas, donde hemos sido testigos de obras fundamentales, zozobra y nostalgia se entrelazan a través del teatro dentro del teatro, que da muestra una vez más de la  hondura y la dimensión dramatúrgica de Olguín como autor, así como de la potencia  actoral del elenco y la creatividad del diseñador de escenografía e iluminación, trabajo en conjunto que sintetiza y destila a un tiempo su honesta y brillante entrega a este arte. 


La nostalgia es una amplia, crítica, divertida y dolorosa reflexión escénica sobre el arte al que se han dedicado desde hace años Olguín, Pascal, Almela y Pimentel. En la parte superior de un vestíbulo arropado por libros, la obra es un llamado al público y a los hacedores de teatro, a dialogar sobre sus dudas y congojas y a preguntarse  por los tiempos que corren, en los que todo lo humano se posterga.


Con vestuario de Mauricio Pimentel, diseño de maquillaje y peluquería de Maricela Estrada, Títeres de Gelos Giles y Pedret/Arte.Xcuincle, asistencia de dirección y actuación, de José Castellanos Infante, La nostalgia es una experiencia que acerca intensa y artísticamente a público y hacedores de teatro.

 

Aquí el dato:

La nostalgia se presenta los lunes a las 20:00 horas hasta el 30 de septiembre, en el Teatro El Milagro, ubicado en la calle de Milán 24, Col. Juárez. CP 06600,  Alcaldía Cuauhtémoc.

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