El día que las estrellas dejaron de brillar, una mirada a la desaparición desde la adolescencia
- Veka Duncan
- 28 abr
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 29 abr
Alegría Martínez
Padres, mejores amigas, novios, vecinos que son llevados por extraterrestres a otro planeta, viajeros sin destino fijo, estrellas que se elevan al cielo, donde iluminarán la noche y la esperanza. La desaparición sin tregua de personas, en Xalapa, Veracruz, como en otras entidades de nuestro país, implantan un estado de alarma que suspende el sostén que otorga la vida cotidiana. El día que las estrellas dejaron de brillar, escrita por Mariana Reskala, es la mirada atónita de una chica que crece entre duelo y violencia.
Una niña llamada Luna recibe las instrucciones de su padre, que prepara a su hija para el momento en que él no esté presente. El testimonio de una mujer que desde su infancia, hasta su vida adulta, fue testigo de la desaparición de personas queridas en su localidad, encuentra su cauce en palabras, narraciones que viajan entre personajes que viven esta tragedia sin pausa, al centro de un vacío que se agranda.
La dramaturgia de Mariana Reskala comunica desde la mirada y la voz de su protagonista, interpretada por Patricia Soto, lo que el personaje padece a partir de las distintas ausencias que se acumulan en su vida.

La madre de Luna, que interpreta la actriz Teté Espinoza, resiste para apuntalar la existencia de su hija, como si pudiera poner un velo de contención ante su propia pérdida y la de la niña, para continuar ambas con su vida, involucradas en una especie de anestesia impuesta. Un piso de cuadros blancos y naranja, cubre el escenario sobre el que hay dos sillas artesanales de madera, bajo un viejo candelabro, elementos suficientes para que los personajes se adentren, desde su hábitat, en recuerdos, impactos, narraciones, actos sobre el deslave de una “normalidad” adoptada que se despliega cruel bajo sus pies.
El desasosiego permanente, la premisa de guardar información para compartir una memoria que se resquebraja, la despedida súbita de familiares, amigos, conocidos, alimentan la vida de un personaje que se debate entre lo que vive, observa y siente y lo que su madre y las personas, que intentan ayudarla a mantenerse en pie, ponen en práctica.
El día que las estrellas dejaron de brillar es una obra destinada a un público adolescente, que pondera el apoyo entre personas que padecen el mismo duelo. La preocupación de la dramaturga por una situación que acorrala a familias y sociedad, es plasmada en su texto, quizá con la esperanza de que la comprensión, la unidad y la empatía, en algo abracen a quienes les falta una persona amada.
Ricardo Rodríguez, miembro de las compañías Tapioca Inn y Los Bocanegra, director de El día que las estrellas dejaron de brillar, ha dirigido también obras como Barracuda, de Sergio López Vigueras, sobre la escarpada ruta del crecimiento en la adolescencia y la lectura dramatizada de Hambre vieja, de Peer Wittenbols -protagonizada por Ana Ofelia Murguía, Farnesio de Bernal, ambos actores de número de la Compañía Nacional de Teatro en 2019, ya fallecidos, elenco en el que también participó Gastón Melo, de la misma agrupación artística. El trabajo profesional, sensible y cuidadoso de este director al frente de elencos disímbolos y de textos con distintos grados de dificultad, ha encontrado un terso equilibro difícil de conseguir en estas distintas oportunidades.

La dirección de Rodríguez, en el caso de la obra escrita por Reskala, guía acertadamente a las actrices, mediante transiciones orgánicas, a los distintos cambios de personaje, según las situaciones por las que transitan los personajes centrales, madre e hija, lo que ubica al público ante momentos dramáticos y cómicos, que a ratos cobran ligereza o aportan algún instante liberador, sin alejarse del asunto esencial que las invade.
Policía y terapeutas, aportan mediante los distintos tonos y la expresión cómica de la actriz, Teté Espinoza, algunos toques de humor a la tragedia diaria. Por su parte, Patricia Soto, además de Luna, encarna a su mejor amiga, a su pareja Roko y al amigo de éste que se torna en conciencia de la chica cuando llega a la etapa adulta. Si bien, el personaje del policía, que interpreta Espinoza, es aquí un personaje caricaturesco, su presencia, como la de alguna de las terapeutas, libera la opresión de una realidad casi imposible de resistir sin crítica y una pizca de sentido del humor.
Pareciera que ante la falta de respuestas, de una vía que transforme y revierta la situación que viven las personas, sobre todo comunidades de infancias y jóvenes, ante la desaparición de sus seres queridos, la joven dramaturga busca los distintos subterfugios para seguir con vida y los muestra con tintes críticos que subrayan el desazón inmenso de la humanidad acorralada.
Vestidas, la madre con un traje azul marino, sin mangas, con cinturón dorado y calzado marrón, y la hija con un vestido claro, de manga corta, falda bajo de la rodilla, y tenis, ambas actrices construyen a sus personajes mediante cambios de voz, trabajo corporal, creación de imágenes y circunstancias nutridas por la percepción de una joven ante un mundo que se desmorona.
Textos exhalados por una joven actriz y una experimentada Teté Espinoza, entregadas a la ficción de una realidad aplastante, entre un constante percutir sonoro y fragmentos de música que apuntan una especie de ciclo sin fin, nutren los episodios que vive Luna en su camino a la toma de conciencia sobre lo inexplicable.
El día que las estrellas dejaron de brillar convoca a ver en las luces del cielo el brillo de quienes ya no están.
Aquí el dato:
El día que las estrellas dejaron de brillar se presentará hasta el 4 mayo de 2025.
Lugar: Teatro El Granero, ubicado en Reforma y Campo Marte sin número, colonia Polanco. (Atrás del Auditorio Nacional).
Funciones: jueves y viernes a las 20:00 horas, sábados a las 19:00 horas y domingos a las 18:00 horas.
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